Mañana es tarde

Mañana es tarde

El tipo, que ve la tele sin dar crédito a lo que esta escuchando, es millenial, pero ya tirando a treinta, así que pertenece a la generación que acabó de emplear los últimos: flipo en colores, antes de que WTF llegase para quedarse. Utiliza indistintamente ambos, según la ocasión lo requiera y el interlocutor lo demande. Hoy que cree que nadie lo escucha, ninguna de las dos expresiones le parecen suficientes.

          – La puta madre, que movida más chunga.

          En la tele como siempre que él recuerde, está el sempiterno Matías Prats. Ahí estaba cuando el 11-S que recuerda vagamente, luego cuando los trenes de Madrid, cuando la Guerra de Irak, cuando ETA se quedó sin apoyo y dijo que vale, que ya habían tenido bastante, y cuando aquel presidente del gobierno vio brotes verdes, que de él no se acuerda, pero se acuerda de aquello de los brotes porque LOL 

          Matías estaba también ahí, en la tele, en un montón de buenas ocasiones, pero de esas nadie se acuerda, porque: ¿a quien coño le importan las cosas buenas? A nadie a tenor de la composición habitual del telediario. Hoy Matías desgrana cifras, y esas cifras no pueden ser secundadas más que como el muchacho lo ha hecho. Son números abrumadores.

          – Habla bien hijo, no sé desde cuando eres tan maleducado. – Pues al final no estaba solo en casa.

          – Ni yo desde cuando eres tan mojigata mama joder. ¿No escuchas lo que dicen en la tele o qué?

          – Yo perfectamente, ¿y tu? Esto no es ninguna broma Hugo, te lo he dicho ya varias veces. ¿Dónde has estado toda la tarde? No me digas que buscando trabajo.

          – ¡Curro! – El chaval salta del sofá, repentinamente enfurecido – ¿Pero tu flipas o qué loca? La vaina estaba chunga hace tres meses pero ahora está imposible.

          – En castellano cariño, háblame que yo te entienda.

          La mujer en verdad le ha entendido perfectamente, que ya son muchos años escuchando esos extraños barruntos y a una el oído se le ha ido haciendo. Le gustaría que su hijo, que no tardará en cumplir 28 se expresase de otro modo, pero puestos a pedir imposibles, se le ocurren necesidades más perentorias que cubrir.

          – Mama joder, ¿pedir trabajo adonde? No hay, ¿vale? Está todo chapado. Bah, y aunque estuviese abierto. Estoy hasta los huevos ya, quieren todo los notas, que curres 12 horas y pagarte lo que les parezca. Que tengas estudios, 20 años y experiencia. Que tengas flexibilidad, disponibilidad absoluta, hables idiomas, tengas vehículo, ¿Qué más ostia?

          – Ya lo se hijo, pero…

          – Nada mama joder, pero nada. Esto no puede ser. Nos faltaba la mierda esta ya.

          Hugo es un crio. No recuerda ya que es lo que esperaba de la vida cuando tenía 10 años, pero desde luego no se parecía en nada a esto. Rompe a llorar desmoronándose, perdida del todo la furia que lo había poseído unos segundos antes. Se abraza a su madre que lo recibe solícita, como tantas veces.

          Hugo va de duro, como muchos chavales de su edad, pero en el fondo, en la superficie para su madre, está sobrepasado y tiene miedo. Teme al futuro que le espera, a la incertidumbre pegajosa que lleva adherida al cuerpo ya demasiado tiempo. Se refugia de nuevo en su madre, que no se merece ser el blanco de su ira, pobre, ella que siempre esta ahí para recoger sus trocitos.

          – Perdona mamá, perdóname por hablarte así, es que…

          – Ya lo se cariño, estás harto.

          – Si mamá, estoy muy harto.

          – Saldremos de esta, ¿vale?

          Hugo recupera su espacio en el sofá, y la madre se acomoda al lado, mesándole la media melena castaña, como cuando todo estaba bien, como cuando Hugo era un niño vivaracho, con una sonrisa permanente de felicidad en el rostro, ante el que un mundo de oportunidades se abría paso. 

          No van a salir de ningún lado, la mujer que lo ha dicho lo sabe, y el chaval, que ya no es el crio feliz lo sabe también. Cambia de tema, porque ya se ha comportado suficiente como un gilipollas hoy, y su ración de auto conmiseración semanal está ya satisfecha.

          – ¿Y el papá?

          – No lo sé, le mandé un whatsapp hace tres horas, pero no lo ha visto ni se ha vuelto a conectar desde mediodía.

          – ¿Qué raro no?

          – No te preocupes, me ha dicho que vendría a cenar, ya sabes que están teniendo muchísimo trabajo, pobre, viene reventado.

          – Mucho llenarse la boca con la sanidad pública, ¿y luego los medios qué?

          – Déjalo estar, no te hagas mala sangre, ¿y tu, qué has estado haciendo hijo?

           – Pues he estado dando una vuelta con unos colegas por ahí. ¿Qué quieres que haga? – sube el tono sin querer, a la defensiva, pero lo baja enseguida, la culpa no es de ella se recuerda a si mismo – no puedo estar todo el día aquí metido, ¿no?

          – Yo estoy aquí metida todo el día.

          Pero ella sabe que el argumento es muy débil en el fondo. Ella es una adulta responsable, con un trabajo estable, mal remunerado si, pero estable, y que puede desarrollar en cualquier parte. Hugo en cambio, desde que terminó los estudios hace más de cuatro años, no ha tenido ni una sola oportunidad en su campo. Ha encadenado contratos precarios en restauración, que todo lo rescata en España, pero es que ahora, ya ni por ahí. 

          Claro, claro que entiende a su hijo, sus frustraciones, su desencanto, pero quiere protegerlo y no sabe como. Quiere retenerlo a su lado, prometiéndole que todo va a salir bien, pero ni ella misma se lo cree. Es dolorosamente consciente de que lo va a terminar perdiendo,  porque no puede cubrir sus anhelos, nadie puede. La generación de Hugo ha tenido una suerte jodida piensa, conocieron la bonanza de los noventa, los inicios del milenio, y se creyeron claro, que les llegaría a ellos, que también ellos tendrían buenos salarios, que especularían, que tendrían segundas residencias, en fin, todo eso que se medio daba por supuesto en 2007.

          Hugo, cree su madre, emigrará, como hizo su abuelo después de la guerra, que fue inmigrante ilegal en Francia. Sin vallas ni pateras, de color blanco, pero igual de ilegal que esos pobres desgraciados morenos que huyen, o buscan. Hugo será de los que buscará; oportunidades, las que aquí le niegan. Pero también en cierta medida, huira; de la incertidumbre, del miedo al fracaso, que es un poderoso acicate que impulsa al cambio. 

          Hugo sale de casa, aunque no debería, porque permanecer en ella es la constatación palmaria de que está perdido. No se puede, y el chaval aunque hable raro, es responsable y respetuoso de la ley, nunca le ha dado problemas a la mujer, ni a su padre, lo que ocurre ahora es que se le están juntando demasiadas cosas, y por eso la madre que lo sabe, no quiere, no puede ser muy dura, porque no sería justo.

          – ¿Y Martina qué cariño? – continua la madre.

          – ¿Qué de qué mamá?

          – Pues que como andáis, que hace mucho que no se nada de ella.

          El muchacho le esquiva, y se le nubla la mirada. No debería haber preguntado eso, piensa la mujer. De un tiempo a esta parte, hablar con su hijo de cualquier nimiedad, es como atravesar un campo de minas en Camboya, no sabes detrás de que arbusto, de que asunto trivial, se esconde la espita que hará que salte todo por los aires.

          – No andamos de ninguna manera mamá.

          Sabe antes de preguntar de nuevo que no debe hacerlo, pero le pierde el interés y su papel de madre.

          – ¿Por qué hijo?

          – Pues porque lo hemos dejado.

          – Mm…ya.

          – ¿No quieres saber porqué?

          – Si.

          – Porque no tengo una mierda que ofrecerle mamá – y llora de nuevo – nada mama joder – otra vez el tono sube y se obliga a auto regularlo – soy una mierda, y la quiero tanto…

          – Hugo cariño, no digas eso por favor.

          – Que si joder, pero si mírame, tengo casi 30 tacos ya y si no fuera por ti y por papá viviría debajo de un puente. Ella se merece algo mejor, no quiero atarla – y llora todavía más.

          Suena el teléfono.

          Mal momento.

          La mujer no recuerda un momento de profundidad similar con su hijo desde hace muchos años y quiere exprimirlo al máximo.

          Ignora el teléfono.

          Si es importante volverán a llamar.

          – Hugo mírame.

          No la mira, porque con la cara anegada en llanto se siente todavía más vulnerable. Solo unos segundos bastan para que se acuerde de que a esa mujer no hay nada que le pueda ocultar. Y la mira, y ve amor en sus ojos.

          – Te quiero cariño, eres un buen chico. No es tu culpa lo que está pasando.

          – Es que no es justo mamá.

          – Si hijo, no es justo…

          Suena el teléfono otra vez.

          Estaba boca abajo en la mesita del salón, pero le da la vuelta y ve un número largo, como de algún sitio oficial; hacienda, correos, o el hospital. Su marido es técnico sanitario en el SAMUR, tal vez es él que quiere decirle algo.

          – Un momento cariño, a ver que pasa.

          El chaval asiente, la madre se levanta y va a hablar por teléfono a la terraza, porque en el piso no hay buena cobertura. « Si, soy yo » es lo ultimo que escucha antes de devolverle toda su atención a Matías, que no parece ofendido por el ostracismo a que se le ha relegado en los últimos minutos.

          No se ha perdido tampoco demasiado porque estos últimos meses, el telediario es un monográfico del mismo tema y ahí siguen él y Mónica Carrillo desgranando cifras.

          «Más de 1000 personas han fallecido hoy en España a consecuencia de la pandemia de Covid-19, en la Comunidad de Madrid, se han batido…»

          Más de 1000 personas han muerto hoy, y la vida sigue para él como si tal cosa. Pero tampoco eso es cierto, desde marzo nada es igual. Ni en España, ni en ninguna parte. Hugo trabajaba en una cafetería en la Gran Vía, y antes de que tuvieran que cerrar por las medidas restrictivas que impuso el gobierno, en un intento baldío por evitar la propagación del virus, solía ojear los periódicos que traían a diario: El País y El Mundo. Algo pasaba en Wuhan, una ciudad china que no había oído en su vida, pero que ya no iba a olvidar, ni él ni probablemente nadie en el mundo, porque el Covid lo ha trastocado todo. Al principio era como un sordo rumor, algo lejano e intangible en enero, algunos muertos en febrero, pero allí, en China. No era importante, no les iba a afectar a ellos, aquello se quedaría en Oriente, que por otro lado, para los cientos de millones que son, lo llevaban muy bien. Unos pocos miles de muertos, que son una tragedia piensa Hugo, pero lo de aquí es epic fail.

          Hugo se encuentra mal y teme por su futuro, pero hay quien le ha dicho que es afortunado y claro, todo depende del cristal a través del cual se mire, desde luego. De momento su familia no ha tenido que recurrir a un banco de alimentos como muchas otras familias del barrio, y eso es bueno claro, pero si la medida de la buena fortuna está en si has tenido que recurrir o no a la caridad, la cosa evidentemente está muy jodida.  

          Más de 1000 muertos hoy, en eso si han tenido suerte, en no estar entre esos. Hugo se promete que mañana no va a salir de casa por salir, y no se va a quitar la mascarilla cuando esté con sus colegas. Piensa en el esfuerzo que hace su padre a diario, que hace semanas que no los toca, que duerme en la entrada de casa como un apestado. Si, definitivamente mañana lo hará bien. 

          La madre entra de la pequeña terraza con la cara arrasada en llanto, y un; no puede ser en los labios, que repite como una letanía. Hugo asustado se levanta del sofá. 

          – ¿Qué pasa mami?

          – Es… – le cuesta hablar – tu padre Hugo, está en la UCI, parece que… tiene el virus.

          – Pero…

          – Está grave hijo, no saben si…

          Hugo ya no escucha a Matías dar cifras, porque tiene la cifra en casa. Se terminó la buena fortuna, la poca que tenían. Mañana es tarde.

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