Había una vez un hombre ya de cierta edad, que vivía en un agradable pueblecito de montaña, cerca de la selva negra en Alemania. Una zona preciosa, rodeada de naturaleza y bosque, en donde se respiraba paz y alegría. El hombre se llamaba Hans y era grande como un alto roble y fuerte como un bravo toro, Hans era un hombre bueno y amable que a lo largo de los años había hecho amistad con prácticamente todos los vecinos del pequeño pueblo de la montaña. De hecho Hans, se llevaba bien con todos excepto con un único vecino, el más reciente de todos, un jovencito moreno, de piel oscura y origen turco que se llamaba Kamal. Hans era el típico hombre alemán, muy rubio, de ojos azules y muy blanco de piel, por su parte el joven Kamal, era de piel oscura y su pelo, abundante y recio, era negro como el carbón al igual que sus ojos. Hans siempre había vivido en el pueblecito cerca de la selva negra, allí habían nacido sus hijos y había hecho toda su vida junto a su mujer en el pueblo. Por su parte Kamal, mucho más joven que Hans, nació también en un pueblo pequeño, pero muy lejos de Alemania, en una región empobrecida de la Capadocia turca. Cuando cumplió 16 años, siendo todavía casi un niño con el cuerpo ya de joven, inició un largo viaje a través de Europa, dejando atrás su hogar, su familia amada y todo lo que había conocido y le aportaba seguridad, para llegar a Alemania, trabajar y con un buen salario, poder vivir mejor y enviar algo de ayuda a su familia en Turquía.
Le costó mucho esfuerzo cruzar el continente europeo desde Turquía hasta Alemania donde Kamal pensaba, porque se lo habían dicho, que habría trabajo en abundancia y buena calidad de vida, porque era un país rico y desarrollado. Además Kamal, que nunca antes de su largo viaje había salido de Turquía, no pensaba que las personas pudieran ser muy diferentes de como era él físicamente, es decir, de piel oscura y moreno, tampoco eso tenía ninguna importancia para el joven Kamal.
La primera parada del larguísimo viaje de Kamal fue en Ankara, la capital de Turquía, una ciudad enorme y cosmopolita que aunque le sorprendió, no lo hizo tanto como la espectacular y multicultural Estambul donde cruzó el estrecho del Bósforo y en el Gran Bazar descubrió olores, colores y sabores que nunca imaginó que pudieran existir. En la majestuosa Estambul , comenzó a descubrir gente de otras formas y colores, lo cual le resultó maravilloso a Kamal, ver la variedad de humanos le parecía una fantasía, con todos quería hablar y preguntarles por el mundo más allá de Turquía, pero entonces se dió cuenta de una importante dificultad: los idiomas. Kamal hablaba turco y entre los visitantes de Estambul, había hablantes de todos los idiomas imaginable que el joven no conocía.
Kamal no tenía mucho dinero para el gran viaje, así que tuvo que hacer algunos pequeños trabajos durante el recorrido que lo llevó por Bulgaria, después Rumanía y Serbia, se enamoró más tarde de la belleza de Budapest en Hungría, pasó brevemente por Eslovaquia y creyó que era imposible estar en una ciudad más bonita que Praga en la República Checa. A punto estuvo de quedarse a vivir en Praga, porque un señor muy amable le ofreció trabajo en una heladería, pero Kamal era un chico muy glotón y si se quedaba a trabajar en la heladería, conseguiría tener diabetes de comer tanto helado, así que decidió seguir su plan original y llegó al fin, después de más de un año de largo y difícil viaje a Alemania.
Se estableció en el pueblecito de la Selva Negra, al suroeste de Alemania, cerca de la frontera con Suiza. La gran mayoría de los vecinos de Kamal eran como Hans, tenían un aspecto físico diferente, también tenían una forma de comportarse y hablar diferente. A lo largo del viaje, Kamal había entendido que en cada territorio hay unas culturas y tradiciones distintas que los hacen únicos y como su intención era integrarse y vivir allí, pronto interiorizó tanto el idioma como la cultura del lugar. Dos años después de llegar al pueblo, Kamal era un vecino más, excepto para Hans, que desconfiaba de él solo por ser diferente y extranjero.
Una mañana Hans, que era leñador, se levantó para ir a trabajar y descubrió que su querida hacha no estaba en el sitio. El hacha era su herramienta fundamental de trabajo y era muy valiosa. Sin dudarlo ni un instante, supo que Kamal se la había robado. Casualmente en ese momento, Kamal pasó frente a su casa y sonriendo lo saludó muy amable, como cada día. Hans vió que la sonrisa de Kamal era la misma que tendría un ladrón de hachas y comenzó a enfadarse y a pensar como enfrentarlo. Mientras pensaba en todas estas cosas malas sobre Kamal, apareció su hijo mayor y le devolvió el hacha, que había cogido un momento para traer leña a la casa.
Hans avergonzado por sus pensamientos racistas que le habían hecho sospechar de Kamal solo por ser diferente y extranjero. Comenzó a aproximarse a él y hasta llegaron a ser compañeros de trabajo. Al final Hans, terminó pensando como Kamal, que ser diferentes es algo fantástico, porque nos enriquece y nos permite descubrir en los demás, cosas, comportamientos, lenguajes e ideas maravillosas que nunca habríamos podido imaginar.