La historia es muy larga, aunque nosotros solo vivamos un trozo cortito. A lo largo de la larga historia ocurren muchos acontecimientos diferentes, protagonizado por muchísimas personas que ya no están, pero cuyas enseñanzas pueden sernos útiles todavía hoy a nosotros.
Hoy vamos a hablar del sabio Seleuco, que era filósofo y consejero del aguerrido rey Ciro, fundador del poderoso imperio Persa. Seleuco y Ciro eran amigos desde pequeños, desde que comenzaron a andar, tropezando en el pedregoso desierto que era su casa, jugaban el uno con el otro. Ciro, ya cuando era un niño pequeño, era fuerte, valiente, impulsivo y batallador. Cuando de vez en cuando había pelea con otros niños de otras aldeas, Ciro se ocupaba de defender a Seleuco, que tenía un talante tranquilo, no le gustaba nada la bronca y siempre trataba de defenderse hablando con los otros niños de la aldea enemiga.
Ciro y Seleuco fueron creciendo y no sólo no perdieron la amistad, al contrario, cada día se entendían y respetaban más, valorando cada uno en el otro, aquello que lo hacía especial. Seleuco valoraba la fuerza, el carácter, la decisión, la firmeza y la justicia de Ciro. Mientras Ciro, se daba cuenta y valoraba mucho, la sabiduría, la cultura, el equilibrio y la templanza de su amigo Seleuco. Cuando cumplieron los dos 18 años, sus caminos se separaron un poco. Ciro decidió que estaba preparado para fundar un imperio, así que junto a un grupo de jóvenes que había conocido en el gimnasio en el que entrenaba, se compraron todos un disfraz en Primark de colores vistosos y una mochila con muchos bolsillos que estaba de oferta en Decathlon. Allí compraron también una tienda de campaña Quechua, de esas que las tiras al aire y se montan solas en 30 segundos. Cuando ya estuvieron todos bien equipados, se fueron a la guerra. Mientras tanto Seleuco, se fue a la universidad a estudiar filosofía, que es una disciplina en la que se trata de pensar mucho para encontrar soluciones a los problemas.
Mientras Seleuco pensaba y pensaba y se iba convirtiendo en un sabio, su buen amigo Ciro, que todavía no era un rey, solo un joven guerrero, iba conquistando terreno en Asia. Primero se quedó la aldea de enfrente, con la que se peleaban cuando eran niños y esos niños que habían sido enemigos y que eran ahora jóvenes, se unieron al ejército de Ciro después de comprarse también el mismo disfraz, la mochila y la tienda del Decathlon. Ciro iba haciéndose poco a poco un gran rey, fundó el imperio Persa y conquistó casi toda Asia central y se hizo construir un trono todo de oro que tenía mucho brilli brilli.
Seleuco y Ciro se enviaban cartas a través de palomas mensajeras, porque en el imperio Persa, que estaba donde ahora está el país de Irán, no había WhatsApp. Así, a través de las palomas, Seleuco se enteró de que su amigo era un poderoso rey con un trono brillante y Ciro supo que Seleuco era un sabio. Ciro necesitaba a su amigo para gobernar su imperio que era enorme, lo hizo llamar y Seleuco, que todavía no había encontrado un trabajo definitivo y estaba de rider en Uber Eats, fue a la corte de Ciro, que tenía un palacio domótico increíble, lleno de lujos y con HBO y Disney+ en todas las televisiones.
El trabajo de Seleuco era el de consejero principal de Ciro. Cuando había cualquier problema en el gran reino, Ciro reunía a todos sus consejeros en el salón del trono, donde había siempre para la reunión galletas de Dinosauros y Oreo, y les planteaba el problema para que diesen con la solución. Había 15 o más consejeros, pero Seleuco, que era el más mejor amigo del gran rey Ciro tenía la última palabra.
Ocurría que uno de los consejeros era enemigo de Seleuco, no se sabe el motivo y casi siempre, mientras bebían zumo de papaya y comían galletas Oreo chupando primero lo blanco, este consejero criticaba a Seleuco, haciéndole ver que los consejos que pretendía darle a Ciro no eran buenos. Otras veces criticaba otras cosas de Seleuco, como sus ropajes de zara, su forma de hablar o algunas otras cosas. Este consejero envidiaba la amistad de Seleuco con Ciro, observaba sus puntos débiles y los criticaba. El resto de consejeros y el propio rey, no estaban contentos con lo que hacía el conejero envidioso y criticón, pero a Seleuco no parecía molestarle mucho, al revés, lo escuchaba y algunas veces le hacía caso, no siempre. No podían despedirlo, porque era funcionario del reino y su trabajo estaba protegido.
El consejero envidioso fue a hacer un día paracaidismo, el paracaídas no se abrió y el consejero murió despanzurrado en el suelo del desierto. El rey Ciro se alegró un poquito y también el resto de consejeros, porque así Seleuco no tendría que soportar más críticas. Sin embargo Seleuco lloró mucho en el funeral y los demás no entendían nada. En la siguiente reunión le preguntaron y el filósofo les explicó que no estaba triste por el criticón, sino por sí mismo, que ya no iba a escuchar más sus críticas y si nadie le decía en lo que se equivocaba, no podría corregirse, mejorar y crecer.
Seleuco aceptaba de buen humor las críticas porque lo ayudaban a cambiar de parecer cuando era necesario, todos lo entendieron y lamentaron la muerte del criticón, al que le hicieron una estatua en su honor.