Extracto de la novela El corazón al este
En la entrada de hoy, quiero dejaros el primer capítulo de la que es mi última novela publicada: El corazón al Este. Se trata esta de una novela ambientada en los estertores de la Guerra Civil española y los inicios de la dura postguerra que se vivió en nuestro país.
El corazón al este es la primera novela que escribí, la que más me costó con diferencia de acabar y con la que descubrí, el inmenso placer de la escritura. Después de esta novela, llegaron Besitos de pan y No te dejaré caer.
Mezcla ficción y realidad, no se trata de una novela histórica, dado que se utilizan figuras medievales en enclaves de inicios del siglo XX por ejemplo, pero todo lo que se relata en la historia, está parcialmente recreando historias de las que a lo largo de la vida he ido teniendo conocimiento. Espero que os guste y os animéis a comprar la novela.
Capítulo 1
Navegando entre tinieblas
Extracto de la novela: El corazón al este de Janu Huerta
No podré evitar ciertas omisiones, involuntarias créame. Desde luego recuerdo la mayoría de la historia que se me contó, pero ya han pasado muchos años desde que la escuché y algunos matices se me escapan. Tarde me doy cuenta de que debería haberme esforzado un poquito más por retener los datos, los nombres exactos, las fechas concretas y los emplazamientos que fueron, porque al fin y al cabo esta es también mi historia. No solo la mía vaya, porque nuestra historia, la mía y la suya, como la de todos los que estamos ahora aquí, se cruza con la de los demás de forma irremediable. Vea usted como sin tener nada que ver conmigo, el azar nos ha dispuesto una al lado de la otra.
La historia comienza en las tripas de un viejo buque mercante que ella sola salvó. Una sola mujer, joven eso sí, con toda la amargura que guardaba en su corazón, tomó como propia la responsabilidad de las decenas de vidas zaheridas que se amontonaban asustadas en aquella bodega. La muchacha, porque no era más que eso, no había navegado nunca, de hecho esa era la primera vez que salía de su ciudad y no lo hacía por motivos lúdicos. Ella no entendía nada de flotabilidad y el agua estaba picada esa noche. Con las repetidas embestidas que el mar propinaba a los flancos de la desvencijada nave, ésta no dejaba de bailar e inclinarse peligrosamente a un lado y al otro, como si fuese un perro sacudiéndose el agua después del baño. Sin embargo, ninguno de los allí presentes parecía interesado en mantener la verticalidad de la nave, y la joven no podía entenderlo. Ni siquiera su marido, pero eso ella ya lo podría haber supuesto. Le amaba sin contemplaciones, lo cual no quitaba para que reconociese en él, la cobardía y la ausencia de arrojo para enfrentar la vida con solvencia propias de un cobarde.
¿Qué hacían allí? Huir. No sabía que hacían el resto de los habitantes temporales de aquella nao, pero en los ojos carentes de vida con los que escrutaban la penumbra que los envolvía, podía intuir la desdicha y la desazón del que siente que ha fracasado en la vida, pues eso era justo lo que les pasaba a ellos. Ambos eran muy jóvenes y no era adecuado concluir que habían fracasado, puesto que tenían tiempo de sobra para rehacer todo lo que las circunstancias habían torcido, pero la juventud es así; fatalista, grandilocuente, definitiva.
Ella estaba segura de que iban a perecer todos cuando la nave zozobrase, lo que a tenor de los zarandeos que daba no podía tardar en ocurrir. Así que se pasó toda la noche empujando el casco del barco desde dentro, de un lado al otro de la cubierta, en un intento tan desesperado como ridículo por contrarrestar la fuerza desmedida del mar bravío.
La muchacha tenía conciencia de estarles salvando a todos, y todos tuvieron la precaución de no interrumpirla en su afán. La mayoría pensó que era una demente, otros se apiadaron de ella porque la exasperación ante un futuro incierto, quiebra voluntades y se manifiesta de los más erráticos modos. En realidad no era ni una cosa ni la otra. La joven no mudó ni por un instante de su semblante una media sonrisa pícara, en su expresión había algo que resultaba atrayente a los demás, algo lleno de sensualidad, como si de algún modo se fuese introduciendo poco a poco en el corazón de las personas. Ella era la fuerza que sostenía a su marido, este si, de carácter quebradizo. Él la idolatraba y de no haber sido por aquella chica que amaba, tal vez se hubiese dejado arrastrar por las coyunturas, pero por ella debía procurar salir adelante.
La amaba con toda la fuerza de su débil corazón. Se habían conocido unos años atrás. Él no era capaz de olvidar el tacto de su mano cuando la rozó por primera vez, eso fue definitivo. Era un tacto diferente a cualquier otro que hubiese experimentado con anterioridad, y nunca había vuelto a sentir nada parecido. Ya se había fijado en la joven, pero al cogerle la mano se enamoró. En sus cinco dedos y la delicada palma de su mano menuda y cálida, se concentraban todas las cosas que él deseaba conocer, todo lo que necesitaba cuidar y adorar. Ella al tomarle de la mano, le enseñó que el mundo podía ser un lugar maravilloso que habitar, y él decidió que no quería nunca más soltarla.
Tal vez amarla fue la única decisión valiente y audaz que tomó en su vida.
Ahora huían y en dirección contraria, claro que ellos eso no lo sabían. Cada uno tenía una historia en ese buque mercante, y si como mercancía habían embarcado, era porque la vida de todos ellos importaba poco a nadie. Ellos esa noche al menos pensó, habían sido salvados.
Y extenuada, cuando la tormenta cedió para dar paso a una noche en calma, se sintió satisfecha. En el silencio de la bodega solo roto por los crujidos del bote, él la miró embelesado mientras ella trataba de recuperar el resuello tras el esfuerzo. Los años cambian a la gente de maneras muy distintas pensó, sin embargo ella no había cambiado un ápice desde que se enamoró. El sutil movimiento en el d-inline-blockujo de los finos labios que acompañaba a sus cambios de expresión, la tenue luz chispeante en el fondo de sus pupilas, todo en la joven era objeto de adoración por su parte. Con todo, se sintió agradecido de estar allí, con ella.
La vida daba y da muchas vueltas, unas se pueden prever si se presta atención a lo que nos rodea, a los antecedentes, a los precursores. Luego hay otras, intrincadas y retorcidas vicisitudes que nada podía hacernos prever. Su amor por ella estaba a salvo de virajes del destino.
Ambos eran pobres y huían como le he dicho, nacieron humildes, se esforzaron por salir adelante y lo consiguieron como ahora le contaré, pero en uno de esos requiebros inesperados que le he comentado, tuvieron que abandonar una vida relativamente plácida y cómoda, para buscar el futuro que de pronto se les negaba, en un lugar que desconocían. Volvían al lugar ignoto del que sus familiares, los de ella, habían huido, porque de huidas se compone la vida, muchas décadas atrás. Nada sabían de lo que les deparaba ese sitio desconocido, pero sabían con seguridad que nada dejaban atrás, y eso les daba la fuerza que necesitaban para ir hacia adelante.
El corazón al este es la segunda edición de la primera novela de Janu Huerta, que se tituló originalmente: El cuaderno de Carola
Sudaba y respiraba jadeante, con esfuerzo, se sentó a tomar aliento al lado de su marido, que le acarició con ternura el pelo largo y fino que le caía lánguido hasta cubrir sus delgados hombros. Habían fracasado como los demás allí, como lo hacemos todos en algún momento de nuestras vidas, varias veces la mayoría, pero iban a luchar, como ella había luchado contra los elementos esa noche de tormenta para enderezar el buque. Como pretendía luchar para enderezar su vida frustrada.
Y de eso va la historia que quiero contarle, de luchar por volver a enderezar una vida torcida. Porque permítame que le diga que todo, por muy torcido que parezca estar, cuando resulte absurdo seguir apostando por algo que se supone objetivamente abocado al fracaso, puede si uno quiere, si uno apuesta firmemente por ello volver a levantarlo, encontrar el camino, tomar la senda adecuada y tener de nuevo una vida plena.
Usted no lo sabe ahora, es normal porque aún no se lo he contado, pero si me permite llegar hasta el final verá, que toda vida es una concatenación de circunstancias dichosas y fatales. Y desde luego como esta historia, toda vida implica lucha por conseguir un equilibrio entre las fuerzas que tratan de hacerte zozobrar, y aquellos momentos que nos dan la fuerza y energía necesarias para seguir levantándonos cada mañana.
Hágame caso porque es así y así lo verá. No hay situación insalvable, no hay momentos finales, todo es una sucesión por la que debemos atravesar, y sí, claro que hay ocasiones en las cuales no podemos ver más allá y todo parece acabado, pero no, todo óigame bien, todo pasa, y solo de nosotros depende salir de ello más fuertes, más sabios y mejor preparados.